Reunión semanal del grupo familiar dueño. Padre e hijos tratando diversos temas. Bueno, tratando temas es una manera de decir.
Intercambiando reproches, reclamos, culpas varias. De ayer y de hoy. Donde parece que el futuro es una simple prolongación del pasado, si es que hay futuro…
“Vos dijiste una cosa, vos hiciste otra.” “Siempre pasa lo mismo con vos, no prestás atención, te la pasás con el auricular y no das bola a nadie”. “Llegás tarde todos los días, quien te crees”. “Desde chicos pasan estas cosas, es insoportable”. “Lo único que sabes hacer es mandonear, hablás mal a todo el mundo”. “Esa es tu manera de tratar a la mujer, es un espanto”. “Nunca terminas tu trabajo y te vas antes”.
Entonces sucede algo inesperado.
“Te odio”, le dice la hija al padre.
Impactante. Sorpresivo. Una frase dicha con potencia que sale del reprochario acostumbrado.
Silencio compartido. Dentro de ese silencio emergen en la mente preguntas sin respuesta.
¿Cómo continuar?
¿Hay que continuar?
¿Decirle algo a quien pronunció ese sentir?
¿Se puede hacer como que no pasó nada?
¿Cómo reencauzar el diálogo de modo tal que no se destruya el proyecto familiar empresario?
¿Qué y cómo recomponer?
¿Es el final?
¿Es mejor expresar los sentimientos por más duros que sean?
¿Esos sentimientos negativos son la única verdad?
Son esas situaciones que cuando se presentan expresan dilemas de difícil solución.
Pongamos algunas cosas en contexto.
La organización del negocio familiar, las emociones y tipo de comunicación que circulan tienen su matriz en la historia y modalidad de cada familia.
Al incluir esa familia un proyecto de negocios, el mismo se asienta en la estructura familiar de origen. Las cosas se hacen del mismo modo que se articuló la familia. Los tratos y destratos, reconocimientos y valoraciones, el reparto de roles y tareas, tienen su formato en el modelo inicial que dio vida a la familia.
Es lo natural en cualquier desarrollo de empresa familiar. Lo que hace única a cada familia empresaria. Con el correr del tiempo y las conversaciones se podrá o no incorporar aspectos que hacen a la vida de negocios. La racionalidad y lógica empresaria obliga a repensar el modo de organización, convivencia, comunicación, que la familia le va a dar al negocio. El termino profesionalizar no es natural a la familia, pero hacer negocios la pone ante dicha necesidad. Pero entendamos que no es lo que naturalmente nace.
Las emociones, secretos, historias, sentimientos, llegan a la vida de negocios y se imponen sin pedir permiso.
Sería fácil decir “estas cosas no deben pasar”. Pero pasan. A veces se desbordan los ríos con más frecuencia de lo que creemos.
Entonces, ¿ qué hacer?
- Disponemos de herramientas para prevenir o anticipar explosiones. La inteligencia emocional, la habilidad negociadora, los liderazgos positivos, la rutina de reuniones formalizadas, los mecanismos de toma de decisiones consensuados, aportan una racionalidad y hábito indispensable.
- Separar ámbitos donde tratar aspectos del negocio y de la familia. No es excusa “no tenemos nada de lo que hablar”. Siempre hay puntos que si los dejamos avanzar terminar en eventos no deseados.
- La expresión de los sentimientos es necesaria, así como también cuidarse de las descalificaciones y no permitirlas como formato de comunicación.
- Buscar la manera de enfocarse en el futuro y no el pasado. En cómo vamos a encarar las cosas de aquí en adelante.
- Reconstruir: para lograrlo es requisito saber de dónde partimos, dónde estamos parados. Para superar ciertas grietas profundas hay que encontrar puntos básicos de acuerdo. De no lograrse, las decisiones a enfrentar son duras e ineludibles para que exista algún futuro, para la familia y los negocios.
¿Hay solución? Siempre. Pero seamos claros y realistas. Los problemas complejos no tienen soluciones simplistas y a corto plazo. En esto como en muchas otras cosas, no hay magia, hay trabajo y conversaciones difíciles.
Para bien o para mal, no funciona el “copiar y pegar” como opción.
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