Un título interesante.

Responsabilidad social emocional.

Le corresponde la misma sigla que responsabilidad social empresaria:

RSE.

 

Se trata de un concepto novedoso, que aúna significados que provienen de la inteligencia emocional, aplicados en nuestro caso a la vida de los negocios. Que incluye cuestiones referidas al liderazgo.

 

Cuando hablamos de inteligencia emocional, nos referimos a la habilidad de entender, usar y manejar nuestras propias emociones en formas que reduzcan el estrés, ayuden a comunicar efectivamente, empatizar con otras personas, superar desafíos y aminorar conflictos.

Es la capacidad de reconocer nuestras emociones positivas y nuestras emociones negativas, y ser capaces de gestionarlas con el fin de prever que no ocurra un comportamiento no deseado.

La inteligencia emocional es la habilidad de reconocer, regular y comprender las emociones, tanto en uno mismo como en los demás.

 

Por otro lado, las habilidades para el autoconocimiento, gestión de las emociones y la comunicación eficiente se han vuelto una necesidad crítica en tiempos de pandemia.

En un contexto en que el trabajo en equipo y la interacción a distancia se están volviendo la norma, las habilidades para funcionar mejor y comunicarnos, ya son asignaturas básicas a considerar hoy en día y en un mundo post pandemia. Ahí juega un papel preponderante la inteligencia emocional de las partes.

 

Cada vez más se habla de la inteligencia emocional en las empresas, y por supuesto en el mundo de las familias empresarias.

Sin embargo no resulta evidente el porqué.

Sucede que a menudo perdemos de vista algo esencial: las empresas las manejan personas. Más allá de las innovaciones tecnológicas.

Y son nuestras emociones las que definen la calidad de las decisiones que tomamos. Y de los desempeños.

Y por lo tanto, de la rentabilidad.

Como vemos, vamos de las emociones a la rentabilidad. Sin escalas. Pero no lo percibimos y ese es el problema. Desatendemos la gestión de las emociones propias y de los otros, y nos damos cuenta de las consecuencias negativas cuando empieza a ser tarde.

Como cuando levantemos la alfombra y encontramos suciedad acumulada.

Como cuando se tapa la cañería sin saber cómo fue.

Las consecuencias siempre las mismas: pérdida de rentabilidad, conflictos que escalan, un proyecto que se ve amenazado en su subsistencia.

Emociones en la vida de relación dentro de la empresa. Con la familia, con el personal. Con los clientes.

Por eso sucede que la mayor proporción de empresas familiares que caen son por conflictos familiares no atendidos o no resueltos.

Emociones que no encontraron su cauce adecuado. Que no tuvieron conversaciones apropiadas para ser pensadas.

 

Pero acá hablamos de algo más.

Responsabilidad social emocional.

Entonces no se trata solamente de gestionar emociones, positivas o negativas.

Se trata de responsabilidad. Se trata de un liderazgo que favorezca la asunción de un compromiso compartido.

 

“La responsabilidad es un valor o cualidad de todo ser humano, que cumple con sus obligaciones al hacer, decir u ofrecer algo con plena conciencia de sus actos; responsable es quien entiende las consecuencias de hacer o dejar de hacer lo que promete, sabe comportarse de manera correcta y garantiza el cumplimiento de los acuerdos”.

 

Tenemos un compromiso con nuestra gente. Ser cuidadosos en el manejo de lo emocional. Todos. No es un asunto individual. Es asunto de equipos. De trabajo, de familias. No pude quedar librado a las reacciones del momento.

Porque se trata de construir acuerdos. Que se sustenten en el tiempo. Para lo cual se requieren conversaciones, la mayoría de ellas difíciles, de alto compromiso emocional. Y todos tenemos que ayudar.

 

Más en pandemia y post pandemia. Donde el dolor, el aislamiento, desencuentros, duelos, juegan su papel y ponen a las emociones y pasiones a flor de piel.

 

¿Sería prudente colocar en cada oficina un cartel que diga: “responsabilidad social emocional, cuál es tu aporte”?

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