Empezaron juntos la empresa.

Conformaban una nueva pareja, con hijos de relaciones previas.

Decidieron emprender juntos el negocio. Tenían profesiones y actividad comercial previa cada uno de ellos.

Y se lanzaron al nuevo proyecto de negocios. Con ilusiones renovadas.

Pero las crisis no se demoraron. Un clima explosivo se instaló en la empresa.

En la pareja.

En las familias.

“Así no se maneja un negocio”.

“Tu negocio le debe al mío”.

“El personal no te da bolilla porque no tenés autoridad”.

“Te vas a fundir”.

“Mis clientes te llaman y no respondes”.

“Lo haces a propósito”.

“No entres a mi casa”.

“Mis hijos no te quieren ver”.

“Devolveme las maquinas”.

 

De la ilusión al desencuentro. Del encuentro a la grieta.

Casi sin escalas.

Comentarios y frases que se dicen a la vista del público que trabaja. Como si necesitaran testigos que afirmen y confirmen de qué lado están.

Con familias que asisten a un espectáculo casi televisivo, de esos en que los panelistas “juegan” a que se pelean, para que los televidentes digan y tomen posición, y el rating los abrace a todos. Y mañana continuará…. Pero de juego no tiene nada. No es un espectáculo televisivo. Es una empresa familiar. En vísperas de lo peor.

 

Emprender una actividad de negocios en pareja supone enormes desafíos. Si se trata de parejas de las llamadas ensambladas, la complejidad es mucho mayor.

Todos tenemos la ilusión que los vínculos y proyectos son para siempre.

Pero puede fallar…. Y aunque fuera para siempre, ¿no será prudente pensar algunas cosas para prevenir?

Los problemas y conflictos, así como el manejo de las diferencias, supone disposición y capacidad para resolverlos.

Para que “la sangre no llegue al río” necesitamos de varios factores.

 

La comunicación: en estos tiempos, gracias a los nuevos dispositivos, parece cosa cotidiana y sencilla comunicarse. Pero estamos hablando de otra cosa. De la capacidad para sostener conversaciones difíciles. Para que algo que inicia como un problema simple no se transforme en una bola de nieve. De eso se trata: que alguna diferencia no pase a ser una mina emocional: algo que estalla de pronto porque nadie lo vio venir. Para eso se requiere crear espacios formalizados, ámbitos donde tratar las cuestiones de la familia y la empresa, siendo flexibles.

 

Poner límites al desmanejo emocional: las emociones, cuando superan cierto nivel de intensidad, pasan a ser algo inmanejable. Degrada en descalificación, agresión personal. Y en ese momento hay heridas de las que es muy difícil volver. Por eso tiene que haber límites, personales y grupales. Qué, cómo y cuándo decirlas. Es un largo aprendizaje, pero ineludible. Poner límites es también saber que algo no se puede expandir de tal modo que funcione como la bomba nuclear, que arrasa todo en su avance.

 

Consensuar reglas: el punto anterior nos lleva a la necesidad de compartir reglas, normas a las que todos se someten. Entonces ya no se trata de una ocurrencia de alguien, si no reglas de conversación, de gestión, de trabajo en pareja y familia. Reglas también es definir prevenciones de carácter legal, para la vida matrimonial y familiar, que funcionen como resguardo del proyecto compartido y el patrimonio.

 

Generar protocolos de familia: en forma ampliada, las normas y acuerdos se definen conversando y construyendo un protocolo de familia: como son y serán las cosas. Es la constitución de la familia empresaria. ¿O acaso existe algún orden social sin normas y acuerdos escritos? Dentro del protocolo, se definen los órganos de gobierno: vitales para dar continuidad, cumplimiento a todo lo que se acuerda, así como las sanciones por incumplimientos.

 

Puede fallar: en esos casos, antes que algo termine mal, o peor, es necesario reconocerlo, y quizás tomar decisiones drásticas, para evitar un mal mayor que no tiene retorno.

 

Muchas veces ni nos damos cuenta como se inicia esta espiral de conflictos. Quizás en algo simple. Quizás algo complicado. Pero no se lo trata a tiempo.

“Total ya se le va a pasar”.

“Mejor no hablar así no rompemos la armonía”.

 

La situación, que empieza siendo de dos, rápidamente se amplifica. Se producen alianzas con los hijos para defender posiciones. Unos contra otros.

Después se espiraliza y se involucran a los empleados.

El conflicto se expandió de un modo incontrolable.

Cuando se quieren dar cuenta la empresa está sumida en un proceso de desintegración. Al igual que la familia.

Seamos prudentes, cuidemos el sueño compartido, reconozcamos el legado, teniendo una visión de futuro. Los conflictos son parte esencial de la vida. Con ellos crecemos y aprendemos. Sepamos manejarlos preservando familia y empresa.

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