“Muchas manos en un plato hacen mucho garabato”.
Dice un viejo refrán.
Un refrán propio de la lengua española: «Muchas manos en un plato hacen mucho garabato: Cuando muchas personas tienen injerencia en un tema, el resultado no puede ser positivo.
Veamos.
Muchos opinando sobre algo, con escasa información todos.
Muchos opinando sobre algo, sin tener responsables a cargo.
Todos haciendo algo, metiendo mano sobre una acción, cada uno con su propia opinión.
Todos diciendo lo que está bien o mal, cada uno con su propia interpretación.
Padres, hijos, hermanos, primos, abuelos. Metidos con un mismo tema pretendiendo impulsar “como hay que hacer las cosas”. Y por supuesto, todos diciendo como es que están bien hechas.
Todos, muchos, familia y no familia, adjudicando culpas y reproches por las faltas cometidas. Por supuesto, los malos son los demás.
“Muchas manos en un plato hacen mucho garabato”.
A esto debemos agregar algo no menor. El impacto de la pandemia.
¿De qué estamos hablando?
La angustia, la desesperanza, el encierro, las pérdidas y duelos.
Los riesgos enfrentados respecto a la supervivencia del negocio, la empresa y la vida familiar.
Los cambios en la manera de relacionarnos, en los valores, en los modos de compra, en los clientes, en las expectativas.
Todos aspectos que impactan en cómo hacemos las cosas, como tomamos decisiones y como las llevamos a la práctica.
Que pueden potenciar la necesidad de todos de meterse en todo. Sabiendo que es contraproducente.
¿Qué podemos hacer?
Recuperar el foco de gestión de cada uno. Recomponer roles conociendo el nivel que cada uno tiene para pensar, decidir y actuar.
Por supuesto que para esto se necesita delegar y confiar. De nada sirve definir roles y tareas si después nos metemos en lo que pactamos que va a hacer otro.
Tener claro responsables, plazo de ejecución y presupuestos. De lo contrario son meras expresiones de deseo que después nos llevan a repetir frases del estilo: “¿no ves que nadie se ocupa?”, “siempre lo hacen mal”. “Al final tengo que hacer todo yo”.
Y hablando de hacer mal: aprendamos del error. Mas en estos tiempos de cambio brusco y permanente. Si no hay permiso a equivocarse, si atacamos las equivocaciones, no podemos crecer. Vale para todos. Es más, aprender del error es casi el único modo de atravesar las turbulencias actuales.
Medir: es fácil ser opinólogo sin datos que lo comprueben. Más en tiempos de tanta incertidumbre. Si queremos ordenar las cosas, tenemos que poner algún parámetro que permita medir la decisiones que tomamos y su impacto.
Conversar: parece una obviedad. Conversar. Pero perdimos el hábito. O creemos que conversar es un intercambio de mensajes vía virtual. Pero conversar es otra cosa, y hacer negocios, en especial en familia, requiere de conversar, despejar dudas, toma de decisiones, definir responsables de la gestión. Además, gran parte de las conversaciones son difíciles. Por la carga emocional presente. Más en tiempos de pandemia. Y de pos pandemia.
Pero sobre todo, un factor determinante: lo emocional. En tiempos de pandemia se han exacerbado las pasiones, las reacciones emocionales extremas, los mensajes contradictorios. Estos factores inciden claramente en el hecho de que todos pretendan involucrarse en lo que hacen los demás. Se pierde la confianza, se violentan relaciones, se avasallan puestos de trabajo.
Mandos medios, dueños, familiares, todos se involucran en pequeños y grandes asuntos a la vez.
Deberíamos colocar un gran cartel en las oficinas: Responsabilidad Social Emocional.
Significa asumir que todos tenemos algún grado de responsabilidad en como manejamos emociones propias y ajenas. Todos tenemos algo que aportar en el equilibrio de las relaciones. Todos tenemos algo para dar en el camino de no meter todas las manos en el plato.
Para no paralizar la empresa, la familia, el emprendimiento, el sueño iniciado.