“Del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Es un refrán popular que se refiere a la paradoja de que lo prometido no se corresponde con las acciones o camino que el individuo debe de seguir o cumplir para alcanzar su objetivo o lo ofrecido.
Este refrán refleja que en ocasiones las palabras o promesas no son reflejadas en sus acciones. Expresa la discordancia entre las palabras y los hechos, y es por ello que es usado como advertencia para desconfiar de las palabras del otro, ya que es fácil hablar y prometer pero lo difícil es cumplir.
Refiere a las personas que hablan sobre las cosas que van a hacer, pero solo hablan y no las ponen en práctica.
Bueno, hasta acá definiciones, descripciones, significados.
Significados que encontramos en lo cotidiano.
Significados que se naturalizan en la gestión del negocio, en las relaciones, en las emociones, en las decisiones que se toman y cuya materialización no se corresponde con lo dicho, esperado, o prometido.
Insisto: naturalizamos, a partir de la evolución y la rutina, que los actos se alejen de las palabras. Damos por sentado que es así. Toleramos la contradicción entre lo que se dice que hay que hacer y lo que efectivamente concretamos.
O nos enojamos, gritamos, descargamos ira por la falta de cumplimiento de promesas, que las partes dieron por sentado que así se haría.
Típicas reacciones entre los diferentes niveles jerárquicos, y en el seno de la familia que conduce una empresa. Donde todos presuponen algo del otro. Y quedan insatisfechos o frustrados por la ausencia de cumplimientos esperados.
“Dijiste que lo ibas a hacer y no lo hiciste”.
“Prometiste ventas y no cumpliste”.
“Ibas a resolver el problema y así estamos”.
“Te ocuparías del conflicto, y se está agravando.
“Propusiste no venderle más y no cumpliste”.
“La rentabilidad que prometiste la estamos esperando”.
Solo unos pocos ejemplos, la lista es abundante. Porque los dichos son superiores a los hechos.
Está estudiado que el porcentaje de concreción de las decisiones que tomamos es baja. Entonces: ¿de qué depende que mejoremos?
Propongo pensarlo en términos de preguntas que orienten tus próximas decisiones y potencien la concreción.
Cuando se toma una decisión, ¿es claro de quien es la responsabilidad?
¿Es claro el plazo en que se espera se lleve a cabo?
¿Las partes conocen de los recursos disponibles?
¿Tienen claro los factores que podrían incidir en que no se concrete, y que se haría en ese caso?
¿Se sabe de qué otros miembros depende que se cumpla lo pactado?
Y hablando de lo pactado: ¿las diferentes partes pusieron en claro lo que se espera, lo que es deseable que pase, y se pusieron de acuerdo?
¿Brindamos autonomía para concretar, o hacemos como que delegamos, pero estamos encima, privando de nuevos liderazgos y formas de hacer las cosas que lleven a los mismos resultados?
Y hablando de resultados: ¿hay consenso sobre los resultados esperados?
Estas son preguntas, algunas de las posibles. Vamos a nombrar otro factor clave: lo emocional, presente en cada momento de la vida de la empresa y las familias. Que interviene, en general de modos no conscientes para las partes, y produce efectos y cambios en el camino de llevar a cabo lo que se decide.
Por eso es tan importante tener una práctica constante de conversar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. Es la manera de aprender, conocernos, subsanar desvíos, reconocer motivaciones muchas veces ocultas, que inciden en aumentar la distancia del dicho al hecho.
Porque de las decisiones que tomemos, y su calidad, depende nuestro futuro, como empresa, familia, proyecto futuro. Y los desempeños.
Y la rentabilidad.
Se podría decir: ¿tantas cosas a tomar en cuenta? ¿En todo esto hay que pensar? ¿Siempre?
A modo de respuesta general:
Pensar es gratis.
No hacerlo sale carísimo.